-Columna Publicada en el Periódico "La Semana Ahora" en su edición núm. 540-
Ahora que fueron épocas de vacaciones, que hubo menos actividad laboral, nos pusimos a hacer un estudio, aquí en la oficina. Nos orientamos a conocer la función de la Televisión en México.
Esta vez no encuestamos a nadie. Todo comenzó con un solazado juego de cambio de canales en busca de diversión. Jacob y yo, buscábamos el programa más educativo para la sociedad mexicana. Propusimos estudiar los dos canales principales.
Iniciamos a las 14:00 horas y encontramos noticieros. “Bueno, manito, al menos la sociedad tiene que darse cuenta de cómo se repliega nuestro mundo”, le dije con un tono educativo. Hubo una competencia nutrida de amarillismo en ambos canales.
Dieron las 15:00 horas y comenzó el terror. Por un lado, una mujer machu picchuana pariente política de Elba Esther, mostraba la miseria del comportamiento humano. Con una serie de gritos y escurrimientos cerebrales presentaba a sus concursantes. El premio, según me informan, era un carrito sangüichero. Se manejaban con un ambiente palurdo, nefando. Jacob me preguntaba cómo era posible que, en horario familiar, pasaran programas promoviendo la infidelidad y la idiotez humana.
Por el otro lado, no hallamos mucho refugio, naufragamos entre los comerciales pero, al final, encontramos otro programa, que redundaba en la misma competencia.
Llegó la hora de las Telenovelas y parecía mugre de la misma pezuña, más promoción a la infidelidad, a la violencia, al alcoholismo. No encontramos un momento donde se promoviera el trabajo. Siempre he pensado que tu trabajo, debe ser la sazón de tus comidas.
Eran las 18:00 horas y, en una telenovela, pasaban una escena de mucha pasión que me orilló a fingir un estornudo masivo, para distraer a Jacob y, para que no viera aquel arrimón que le aplicaron a la Petunia (las cosas que se tiene uno que inventar).
Seguíamos esperando esos programas de Valores que tanto promueve nuestra televisión.
Jacob me insistía: Mejor vamos a ponernos a escuchar música, o ponte a leerme uno de esos cuentos que sólo Gabo sabe escribir, como “Ojos de perro azul” por ejemplo. Un ¡cállate! lo hizo regresar y sentarse.
Y dieron las siete, las ocho, las nueve y las diez y nada. Ningún programa donde le enseñaran a uno el gusto por la cultura, por la honestidad, o por lo bello de México que es la cuatitud.
Llegamos a las diez y media de la noche, otra vez al parto con dolor que son los noticieros, y más herrumbre encontramos. “Puras malas noticias” decía Jacob y se le agrietaba la sonrisa, esa que tanto le baila en la boca.
“Hay que exigirle a la Televisión, de igual manera que le exigimos a nuestros políticos” (esos que tienen la cabeza llena de tanto chichón que les salen cuando hablamos de ellos), para que hagan el esfuerzo de cambiar ese depauperado contenido”. ¿Apoco no deberían de mejorar los contenidos? A lo mejor nada más soy yo y las piedras en mi cabeza que no me dejan hallarle sentido. ¿Qué influencia tiene la televisión sobre ti? ¿La Televisión une a las familias?
En fin, tuve que dejar a Jacob viendo la televisión apagada, divirtiéndose con las sombras que se reflejan en la pantalla a ciegas. Yo, por mi parte, vine a arrellanarme en mi sofá preferido para escribirles esta sopa de letras y, disponerme a leer.
A propósito, y antes de terminar, si alguien de ustedes se encontró un Libro, que pertenece a la campaña “Libera un Libro”, recuerden que tienen un mes para devorárselo y devolverlo tal y como lo encontraron.
Y como dijo Sólo: “Los Dejo”.
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