La costumbre es ver las noticias locales, no sé si es más por extrema viudez en las ocupaciones, o por la necesidad de corretear la chuleta, para que se deje encajar el diente. Pero, me encontraba, la semana pasada, en la oficina, leyendo algunos cuentos de Kipling, cuando, escuché en las noticias que iba a salir, el Dirigente Estatal del PAN, Víctor Hugo Castañeda. Inmediatamente, le arrebaté el control a Jacob y le subí más al volumen, más al volumen, más al volumen y escuché.
En pantalla, una escena heroica, labrada al estilo de una escena románica, como si fuese labrada a bajo relieve. A lado derecho, del dirigente blanquiazul, estaba Claudia Hernández Espino, con una sonrisa de “ojalá no recuerden que yo estuve en la pasada Legislatura, donde mi trabajo no fue decoroso y no hice mucho trabajo en el análisis de las Cuentas Públicas”. Al lado izquierdo, estaba el actual Diputado, Jorge Salum del Palacio, con un rostro frío y agazapado, esperaba.
Comenzó a hablar Castañeda y de inmediato comenzó a salirle humo de la cabeza. Empezó su letanía de adjetivos. Habló y habló y habló y habló y no dijo nada. Al terminar su retórica, el lugar, de la conferencia, se tatuó de humo. Víctor Hugo le cedió los micrófonos a sus compañeros de intelecto, con el codo derecho, y hundió la frente en las manos como diciendo “me cansé, me excedí, me ofusqué”.
Alguna vez leí a Alejo Carpentier –novelista, ensayista y cubano exiliado del siglo XX, autor de “El Siglo de las luces”-, hablar sobre el uso de los Adjetivos.
El texto creado por Carpentier, se llama “El Adjetivo y sus arrugas”, y señala precisamente que “los adjetivos son las arrugas del estilo”. Cuando se usan en un texto sin una necesidad, sin acudir a un llamado urgente, los adjetivos toman su universalidad. Pero, cuando se tiene la costumbre de exagerar en ellos, en cantidad, o cuando se les unge cierta importancia, el texto se arruga.
En este pensamiento literal de Carpentier, menciona el uso de los adjetivos a lo largo de la historia. Al igual que todo, ha sufrido cambios.
Por ejemplo, menciona con prestancia, que en la época del romanticismo –estamos hablando, aproximadamente, de finales del siglo XVIII y siglo XIX-, los poetas mostraban cierta desesperación, en ocasiones era fingida y, en otras, muy natural, siempre de carácter lúgubre, ululante.
Los surrealistas, encontraron cuanto adjetivo pudiera prestarse a especulaciones poéticas, por lo misterioso. A diferencia de los surrealistas, los existencialistas de segunda mano, decidieron usar los adjetivos irritantes.
Finaliza Alejo Carpentier, diciendo que los adjetivos van con el tiempo, de la mano, en busca de una evolución que no se estanque en un pensamiento onírico. Esto es muy importante para poder comprender bien, cuando leamos, textos de épocas pasadas. Para que no nos resulte insoportable leer y podamos entender el fondo de la adjetivación.
Ya sumergidos en este tema, te pregunto a ti, querida lectora amigo lector, ¿Dónde ubicarían el discurso, galimático, absurdo, innecesario, superfluo, prolijo, redundante, dilatado, ancho, barroquista, abigarrado, desbordante, abusivo, dramático, terco, inicuo, opresivo, perverso, ignominioso, infame, etcétera, etcétera, etcétera, que emitió el Presidente del CDE del PAN, Víctor Hugo Castañeda?
Yo lo ubico como un texto extraído de la época del romanticismo.
Y como dijo Sólo: “Los Dejo”.
Cualquier comentario acerca de esta arrugada columna, favor de enviarlo a desdeelapando@hotmail.com
miércoles, 31 de agosto de 2011
Un PAN “intelectual”
-Columna Publicada en el Periódico "La Semana Ahora" en su edición núm. 543-
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario