viernes, 15 de octubre de 2010

Garabatitos

Los viernes por la mañana fletaba mi imaginación hacia la escuela. Llegaba a ella y esperaba el aviso de partida hacia la primaria de Garabitos, lugar mágico que Jacob me aconsejó bautizarla como la isla de Garabatitos.

Teníamos que llenar la barca de alimentos, libros, instrumentos de guerra, cualquier objeto que pudiera ser de utilidad para conquistar un nuevo territorio.
Andábamos entre la corriente de vehículos que, precipitadamente, desafían la velocidad. Era un viaje muy modesto y peculiar.

A las faldas de la isla (la escuela Primaria de Garabitos) se encuentra una pequeña corriente en remolino que, en una ocasión, nos obligó a remar y festejar el arribo tan tumultuoso que un perro rocinante dejó de arrear vacas y salió a nuestro encuentro para ladrar su bienvenida.
Aquella vez, nos recibió Garabitos con la estampa de una Niña, de 4 años, dándonos la espalda, y con las manos sobre la arena.

Ya estando en la Isla un reducido grupo de niños con chapetes de mugre y ojos de Dios se acercaron y discretamente nos señalaron con sus dedos milimétricos. Se hablaron en un idioma que mis oídos miopes no distinguieron y se echaron a correr.
Se tuvo que hacer un esfuerzo importante para correr y alcanzarlos para preguntarles por el dueño de la Isla y nos dijeron: Hace una semana no da clases.

La Niña seguía con sus manos sobre la arena.

Localizamos telefónicamente al maestro y prometió el siguiente viernes estar sin falta en la Isla para recibirnos y poder llevarles la música.
Mis compañeros de generación y yo acordamos conocer a los niños de primaria, para romper el hielo, sólo encontramos 6 niños sin contar a la niña, Yolanda, me dijo Carlitos se llamaba.
Yolanda desde que llegamos no había volteado a vernos, era extraño y pareciera estar en su mundo, muy afuera del nuestro.
Seguimos conociendo a los niños, uno de ellos propuso jugar a los policías y ladrones “y los policías eran ladrones y jugué, por ejemplo, a la escondida y si te descubrían te mataban” diría Benedetti.
Intentamos sumergirnos en sus palabritas azules y salimos avante en su confianza.

Era hora del regreso a casa. Por fin me acerque a Yolanda y le pregunté cómo estaba y me enseñó su piernita y contestó: Mi pico moyote aquí y mamá me dio una patillita y se me quitó. Me sonrió y continuó haciendo garabatitos en la tierra. Yo me acomodé a su lado y sumergí mis dedos en la tierra para participar en su mundo de garabatos.

Esa sería la imagen que más se extrañará ahora que nos informan que la barca en la que nos trasladábamos hacia Garabitos, ya no nos será facilitada por la escuela. Burrocracia. Queda claro, una vez más, que los niños son los menos culpables y lo que menos importa a este país.

Y como dijo Sólo: “Los Dejo”.

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